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viernes, 26 de octubre de 2012

Desahucio

Esta semana ha habido muchas noticias sobre desahucios en la prensa (ver aquí, aquí o aquí). En realidad, dicha atención mediática no es más que el reflejo del hecho de que, desde el "pinchazo" de la llamada burbuja inmobiliaria, cada vez más gente tiene problemas para hacer frente a los pagos de la hipoteca de su casa. Normalmente, la razón por la que la gente deja de pagar es la pérdida del empleo, que imposibilita, en los mejores casos, sobrevivir y pagar la hipoteca, y en los peores, ambas. En cualquier caso, el hecho es que desde 2008 y hasta julio de 2012, se han procesado más de 170.000 desahucios en España

La situación en la que queda una familia que ha sido desahuciada es realmente peligrosa. Si no cuenta con parientes o amigos que la puedan acoger, sus miembros pueden llegar a quedarse en la calle. Y esto es especialmente grave si hay niños involucrados: los servicios sociales podrían incluso retirar la custodia a los padres si no les pueden dar un techo. A pesar de la gravedad de la cuestión desde el punto de vista social y humano (y de lo grande que es: 170.000 son más o menos el 1% de las familias españolas) lo que yo quiero discutir es quién es el culpable de que se produzca el desahucio. Y me refiero a un culpable concreto: no se trata de identificar un culpable en el sistema económico o en su gobierno, ni tampoco de exigir a este último que en vez de rescatar bancos pague deudas hipotecarias para evitar desalojos (lo que tal vez sería buena idea). Lo que pretendo decidir es, asumiendo que el banco no es culpable de lo malo o bueno que es el gobierno y que el desahuciado no es culpable de haberse quedado sin trabajo, quién debería haber previsto la situación: si el ciudadano, no hipotecándose si no sabía si iba a poder pagar, o el banco, evitando conceder muchos préstamos con demasiado riesgo.

Mi posición es que, a pesar de que parece claro que cuando uno pide un préstamo para comprarse algo es su exclusiva responsabilidad devolverlo (o atenerse a las consecuencias), creo que en este caso hay dos salvedades importantes que hacer. La primera, con respecto al tipo de préstamo: cuando uno pide un préstamo para comprarse un coche o irse de viaje, es razonable considerar que se trata de un lujo, al menos hasta cierto punto. Sin embargo, todo el mundo necesita vivir en algún sitio. Y la única manera de comprar una casa para casi todas las personas es pedir un préstamo. Por eso, creo que hay una diferencia fundamental entre no poder pagar tu piso u otra cosa, de la misma manera que la Constitución española reconoce que no hay que penalizar por robar, si la razón del robo es la extrema necesidad. La segunda salvedad importante es sobre la posición del banco: de la misma forma que el prestatario se compromete a devolver lo que se le adelanta, el prestador debería asegurarse de que concede créditos con posibilidades razonables de ser devueltos. Esta práctica antes implicaba que a nadie se le prestaba más del 80% del valor del piso que compraba, mientras que en tiempos de la burbuja inmobiliaria se llegó a prestar, con el mismo aval, por valor del 150% del piso. Yo creo que eso hace al banco culpable por lo menos de falta de previsión.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Derecho de herencia

Un día hace no mucho tiempo me comentó un amigo que le parecen sorprendentes los criterios que se usan para determinar qué cosas se pueden heredar y qué cosas no. En la actualidad, en Occidente, se considera que se puede heredar aquello que se puede poseer. Así, uno puede heredar una casa, un coche, acciones de una empresa, dinero, o incluso deudas. Sin embargo, todo el mundo parece tener claro que no se pueden heredar personas, puestos de trabajo ni cargos políticos (con la excepción de la jefatura del Estado en algunos países, un anacronismo del que tendremos que hablar algún día). Lo que pretendo hacer con esta entrada es dar mi visión sobre esa aparente arbitrariedad en la elección de qué cosas podemos legar a quienes nos sobreviven.

Lo primero que creo es que la elección de las cosas que se pueden legar a los sucesores no es aleatoria, ni arbitraria. Aunque probablemente lo es desde un punto de vista lógico, no lo es desde el punto de vista de la justicia: los bienes que se heredan son exactamente los que garantizan que los herederos nombrados por la élite económica (que suele ser la élite en todo lo demás) son los que conforman, salvo pequeñas variaciones, la élite económica de la siguiente generación. No es necesario heredar un cargo político cuando es bien conocido que prácticamente nunca ha gobernado ningún estado del mundo una persona de clase trabajadora. Tampoco es necesario heredar los mejores puestos de trabajo, en tanto en cuanto una situación económica mejor suele influir decisivamente en el puesto de trabajo que las personas ocupan. Por eso, creo que la única razón de la persistencia del derecho de herencia es el intento (exitoso) de perpetuar la desigualdad, de que quienes más tienen se aseguren de que las personas que más quieren son las que consiguen, independientemente de sus méritos, ocupar el lugar de privilegio que ellos ocuparon.

En vista de lo anterior, la solución aparentemente más simple es la que yo creo mejor: suprimir el llamado "derecho de herencia". Así, cuando una persona muere es la sociedad la que pasa a disponer de sus bienes, en principio para utilizarlos en beneficio de toda ella. Evidentemente, una medida de esta índole exigiría asegurar que el Estado sea un ente capaz de asegurar la supervivencia y la igualdad de oportunidades de sus miembros. Pero incluso si no garantizamos eso, creo mejor que un Estado imperfecto (cuyo gobierno emane, por ejemplo, de una democracia imperfecta) es más capaz de repartir la riqueza de manera justa que una persona cualquiera. Además, creo que la eliminación de la herencia sería una de las pocas medidas capaces de ayudar a mantener la desigualdad entre unos hombres y otros bajo control; y pienso que esa desigualdad es probablemente la peor de las lacras que sufre hoy la humanidad.    

domingo, 7 de octubre de 2012

Machismo

Llevo ya unos cuantos meses escribiendo en este blog y aún no he tocado un tema que considero muy importante: el machismo. La sociedad ha sido en el pasado muy machista, al menos la mayor parte del tiempo. En casi todas las épocas los puestos de poder han estado en manos de varones, y el papel de la mujer ha estado supeditado al del hombre tanto en la esfera pública como en la privada. Sin embargo, ha habido cambios muy importantes en las últimas décadas que han llevado a cambiar en parte esta situación y a tratar de situar a la mujer y al varón en un plano de igualdad. En el apartado público, dichos cambios incluyen el sufragio femenino, la presencia de mujeres en el Ejército o la Policía, e incluso el ascenso a la jefatura de gobierno o de estado de algunas mujeres. Y en el hogar, cada vez más hombres se ocupan de las tareas del hogar y de los hijos de la misma manera que sus parejas, y las decisiones importantes en la familia se toman entre todos, y no solo entre los hombres.

Aparentemente, el mundo va siendo cada vez un poco menos machista. Sin embargo, existen personas que todavía piensan que los hombres son, en algún sentido, más que las mujeres. Pero yo quiero llamar la atención no tanto sobre esa gente sino sobre otros que tratan de justificar actitudes y posiciones muy machistas desde un punto de vista pseudo-racional, o tratando de convertir un defecto de la sociedad (el machismo) en una lucha por la posición dominante entre hombres y mujeres. Ejemplos de esto pueden ser el hecho de que el 40% de los españoles culpa a la víctima de la violencia de género, o el mito de las denuncias falsas de violencia machista, que en realidad constituyen el 0,01% del total.

Por último, muchos de los que intentamos no ser machistas asignamos una posición preeminente al varón sobre la mujer, a veces incluso inconscientemente (como en el caso ilustrado por este estudio de la universidad de Yale, en el que se demuestra que solamente cambiando el nombre en el curriculum vitae de un candidato a un puesto en la universidad, las posibilidades de ser contratado y el sueldo variaban en función de si los candidatos eran hombres o mujeres). Eso no debería ser así y no puede ser cambiado con una ley de cuotas ni ninguna medida política parecida. Lo que creo que tenemos que hacer es tratar de reflexionar sobre los aspectos de la vida (que aún son muchos) en los que casi todos somos machistas y tratar de cambiarlo. Y sobre todo, deberíamos ser capaces de enseñar a nuestros hijos valores que eviten hacer diferencias a priori entre varones y mujeres, con el objetivo de eliminar la lacra del machismo en el largo plazo.